lunes, octubre 29, 2012

Calma en Chitrakut

Volvamos al recuento del último viaje. Nos habíamos quedado en el caos de Chitrakut, pero después de dormir unas horas, nos levantamos para descubrir la calma de Chitrakut a la luz del día. Ahora, con el pueblo inundado de sol, no parecía nada terrorífico, sino casi paradisíaco; al menos en un sentido religioso, este adjetivo no debe estar muy lejos de la verdad. ¿Espiritualidad en Varanasi? Estereotipos. No sé qué es lo de Varanasi (que me parece demasiado complejo para valorar correctamente), pero en Chitrakut encontré el ambiente que uno esperaría encontrar en Varanasi: con tranquilidad y sencillez, la gente vivía centrada en la religión, en el río y en los muchísimos templos de los alrededores, a donde va la gente en continua peregrinación.

Las personas que viven en este pueblo lo hacen con calma, no agobian a los extranjeros ni intentan timar a nadie. Viven y dejan vivir. La religión es el punto alrededor del que giran sus vidas: incluso los que se dedican a los negocios, dependen de la religión. Sin los peregrinos que vienen a los templos, no habría nadie en los hostales (de hecho, no había nadie más en el nuestro), los barqueros del río no tendrían clientes que llevar de paseo, sin los templos ni los devotos los escultores no esculpirían nada, sin ellos tampoco los conductores de autorickshaw tendrían pasajeros que llevar a ninguna parte - el pueblo es pequeñísimo y se puede recorrer todo andando, pero hace falta para ir a los templos de las montañas - y por el camino a esos centros de peregrinaje, hay cientos de tiendas que venden objetos religiosos. 

De hecho, de camino a Kamadgiri, una colina en cuya falda hay un camino circular lleno de templos dedicados sobre todo a Rama y a Hanuman, me fui fijando en las tiendas del pueblo, que se extendía hasta la falda de las colinas cercanas. Intentaba buscar dónde comprar fruta o verdura, en vista de la malísima calidad de la comida del único restaurante de la aldea, al que habíamos ido a desayunar esa misma mañana. Para nuestra sorpresa, todas las tiendas, una tras otra, vendían únicamente objetos religiosos, para rituales: estatuillas, hilos rojos, dulces de ofrendas, cocos de ofrenda, pulseras...pero comida, no se veía por ninguna parte. Ni siquiera unas míseras galletas. Creo que este pueblo es el lugar con más tiendas religiosas por metro cuadrado de toda India.


Una de las incontables tiendas religiosas de Chitrakut.

Supimos que habíamos llegado cuando la oleada de gente se hacía más densa: los peregrinos. Justo a la entrada había un pequeño templo, muy interesante y concurrido. Dentro, el humo del incienso, el tiempo y el sudor humano ennegrecían las pinturas de las paredes, que contaban la historia del Ramayana. En medio del templo había como un pequeño altar circular en el que unos sacerdotes te ataban una cuerdecilla roja y amarilla (como las de la foto de arriba) en la muñeca a cambio de una donación de 10 rupias. Pero poco más adelante, había unas cuatro barras de metal dispuestas horizontalmente, sin ningún otro propósito que el de servir para atar dichas pulseritas. No entendimos cuándo había que llevarlas puestas o cuando había que atarlas, pero me pareció algo muy interesante. Por fin, dentro al fondo había tres santuarios, dos dedicados a Rama, Sita y Hanuman, y otro dedicado a Rama en versión local, conocido como Shri Kamtanath. La leyenda es que, bueno, como a todos los dioses en general, tú pides algo y se te concede. Nada raro aquí.

Seguimos paseando un poco pero la verdad es que el camino era un poco aburrido y todo igual, y caía un sol de justicia. Entonces, no sé cómo, encontramos dos tiendas que no eran de objetos religiosos; bueno, más bien los dueños nos encontraron a nosotras. Vendían saris, a 50 rupias la pieza. Ante semejante ganga, no pudimos resistirnos y entramos a echar una ojeada. Y fue una buena idea. Gracias a eso, hicimos migas con el dueño, que nos explicó que el camino de Kamadgiri solo daba la vuelta a la falda de la colina, y que no podríamos subir como queríamos nosotras (para disfrutar del paisaje). Si queríamos subir, teníamos que ir a otro lugar, llamado Hanuman Dhara. Allí, en lo alto de una montaña, había un templo dedicado al dios Hanuman, y una cascada que aunque ahora estuviera medio seca nunca paraba, de modo que siempre caía el agua sobre la estatua del dios. El misterio está en que no saben de dónde viene el agua exactamente...

Nos interesó la historia, y allá fuimos, después de comprarle un sari cada una (que luego vino estupendo como manta o almohada de viaje, según la necesidad). Total que volvimos a montarnos en otro auto - que aquí están a medio camino entre el autorickshaw típico de ciudad, y un todoterreno abierto - para ir a esa otra montaña. Un poco cansadas del sol, después de dejar las sandalias en una tiendecita abajo y de comprar unos dulces para ofrecer al dios (porque nos obligaron, como "pago" por dejar las sandalias y cuidarlas, cosa que suele pasar aunque ,¡ojo!, no es obligatorio. Lo que pasa es que te lían la cabeza). Subimos los aproximadamente 600 peldaños excavados en la montaña, descalzas, bajo el sol, con una música devocional de fondo, para obtener la mejor tarde de todo el viaje y una vista estupenda del paisaje de Madhya Pradesh.


En el templo en la mitad de la colina, ofrecimos los dulces al dios Hanuman. Este dios es una especie de hombre-mono que sirvió fielmente a Rama y le ayudó a rescatar a su mujer Sita, secuestrada en el misterioso reino de Lanka (que puede ser Sri Lanka...o no). Más que ayudar, podemos decir que lo hizo todo él, Hanuman. Siempre aparece pintado de naranja. En esta estatua, lo curioso es que tiene muchísimas cabezas, con el símbolo de Shiva en la frente (porque en algunas historias, se cree que es un avatar de este dios). Me llama la atención porque el malo del Ramayana, Ravana, es un demonio con muchas cabezas.


En este templo también se podían dejar atadas las pulseritas rojas y amarillas, como en Kamadgiri.



Vista del paisaje desde el templo de Hanuman.



La estatua de Hanuman, al aire libre, sobre la que siempre cae agua, aunque no llueve desde hace bastante en Chitrakut...


En todos los templos de Hanuman hay monos, es natural. Pero en este, hay un tipo de monos diferentes, de cara negra, que se llaman aquí "langur". Están muy domesticados aquí, acostumbrados a los peregrinos, y hasta comen de la mano como podéis ver en la foto. Pero no me fiaría de un langur salvaje...



Subiendo hacia la cima de la montaña hay una pequeña fortaleza con una vista estupenda.



Pero en la cima cima, arriba del todo, hay muchos árboles, langures...



Y una vista del paisaje mucho mejor. Por suerte para este momento la música ya había parado, y podíamos disfrutar del sonido de las hojas de los árboles.

Descansamos hasta que empezó a bajar el sol, en lo alto de la colina. Volvimos al atardecer, para subirnos a uno de los botes de Ram Ghat, el centro del pueblo, relajarnos, y preparar las cosas para marcharnos, ya que esa noche tendríamos que volver a la horrorosa estación de tren de Chitkut para coger el tren a nuestro siguiente destino, Khajuraho.

Una vez en Ram Ghat, paseamos, comimos phuchka (pani puri en hindi) sin ponernos enfermas, encontramos una tienda de verduras y compramos alguna cosilla, y también vimos a unos artesanos escultores de piedra que se dedicaban, casi en su totalidad, a hacer estatuas de Hanuman. Como decía al principio, sin la religión, en Chitrakut no viviría nadie.





En el ghat encontramos a un simpático barquero que nos hizo un buen precio (aunque aquí, como hay menos competencia que en Varanasi, es más difícil regatear). Las barcas en Chitrakut están muy decoradas, con flores y telas brillantes, cojines, etc; nada que ver con la simple madera de Varanasi. En algunas barcas (y si lo pides) hay conejos para acariciar. El barquero, Shyam, era muy hablador y más que darnos un paseo en barco por el río, estuvo charlando con nosotras.


Las barcas y Ram Ghat


Chitrakut desde la barca


Ram Ghat


El río. A la izquierda Uttar Pradesh, a la derecha Madhya Pradesh

Shyam nos contó muchas cosas de Chitrakut, de su dependencia absoluta de los turistas que venían por razones religiosas, de la frontera de Madhya Pradesh y Uttar Pradesh (él es de la parte de MP), del negocio de los barcos, que es algo nuevo que apenas ha empezado hace unos pocos años, del aarti en el río... Acabamos tomando un té con él y empezó a hablar de su vida. Resultó que tenía 22 años, pero había tenido que asumir muchas responsabilidades muy pronto, alrededor de los 15 años, cuando su hermano mayor murió (aunque no sabemos cómo) y él se casó con la que era su cuñada para no dejarla viuda y abandonada con tres niños. Ahora tenían un cuarto niño, de pocos meses. Su único sueldo eran los paseos en barco, pero había una chica francesa que venía a Chitrakut cada año para tomar fotos y escribir cosas para una revista de viajes, que le ayudaba económicamente. Verle hablar de situaciones tan difíciles con calma era impresionante, y de ninguna manera parecía ser más joven que nosotras. Pero así es la vida a veces...Además, cuando le dijimos que íbamos a Khajuraho pero que no teníamos nada reservado, enseguida llamó a un amigo suyo que trabajaba allí para buscarnos una habitación barata, y nos dió su número de teléfono para que contactáramos con él si pasaba cualquier cosa en Khajuraho.

Anochecía, y debíamos marcharnos de Chitrakut. La verdad es que me daba pena abandonar un lugar tan tranquilo y natural. Me hubiera gustado quedarme un día más, pero ya teníamos el tren confirmado y no podíamos cambiarlo. En el centro del pueblo, hablamos con un conductor de auto-todoterreno para ir a la estación a las 11 de la noche. El de la estación al pueblo al final nos había costado carísimo, 200 rupias, porque fue todo un negocio de Raja, el que vino a buscarnos, y no pudimos discutir el precio antes. No estábamos dispuestas a pasar por ahí otra vez, si alguien se iba a quedar con nuestro dinero, que fuera otra persona. Hay que repartir. Al final un joven aceptó el trato, por 100 rupias tendríamos el auto para nosotras y nos estaría esperando. Más tranquilas, volvimos al hostal.

El hostal era sin duda un lugar curioso. Entre que allí no había clientes, y que el guarda era un tipo raro que parecía estar siempre en las nubes, la sensación era muy rara. Por la mañana él y sus amigos habían estado a la sombra en la terraza, jugando a las cartas. No nos habían pedido ningún tipo de documento, ni de nombre, ni de firmar en ningún registro...nada de nada. No sabían nada de nosotras, y no parecía importarles gran cosa nada de lo que hiciéramos. Podíamos haber sido fugitivas de la justicia, que les habría dado igual. Pero con tanta dejadez, no habíamos vuelto a hablar del precio de la habitación, desde aquella llamada de teléfono en Varanasi. ¿Intentarían cambiarnos el precio?

Buscamos al guarda, que estaba en su oficina, sin hacer nada. Le dijimos que nos íbamos esa noche, y nos ofreció buscarnos un auto para llevarnos, pero sabiendo que iba a ser más caro que el que ya habíamos reservado, declinamos su oferta.

-Bueno, tenemos que pagar la habitación. ¿Son 500, verdad?
-Sí
-Vale, toma.

Y se acabó. La próxima vez le digo 200....seguro que no me dice que no.

Recogimos las cosas, y cenamos en la terraza mirando el cielo estrellado y a la gente, todavía yendo y viniendo al ghat, acumulando energía para enfrentarnos a una noche de espera en aquella estación llena de basura, moscas y gente, Chitkut.

Pero esa es otra historia.

sábado, octubre 27, 2012

Kumartuli, o la callejuela donde se fabrican dioses

Kumartuli es un lugar que aparece en todas las guías de Calcuta, como un lugar pintoresco y misterioso al que ningún turista debe dejar de acudir. Normalmente desconfío de las guías, y cuando dicen que un sitio en particular "mola mucho", la realidad suele ser bien distinta (aunque también es cierto que si hay muchos turistas que acuden a ese lugar, guiados por la misma guía de viajes, el encanto se transforma en una especie de feria o museo al aire libre). Así que me había dedicado a mirar a los escultores de imágenes religiosas de Kalighat, donde no van los turistas, y donde también fabrican miles de dioses y diosas (y todo tipo de esculturas, por encargo).

Pero hoy por casualidades de la vida, he acabado en Kumartuli acompañando a un amigo a comprar una estatua de la diosa Kali para la Kali puja que está a puntito de llegar. Y la experiencia ha sido diferente, no simplemente parapetada detrás de mi cámara, sino entrando en las tiendas a preguntar precios, en los almacenes a ver las estatuas por pintar, vamos, en medio de una situación real en Kumartuli. Además, no había turistas. Sólo cuando nos íbamos vi a un grupo de cuatro hippies que andaba flipando por el lugar...y que hablaban español.

Y he aquí el resultado fotográfico del día:


Kali Puja viene pronto y ya empiezan con algunas estatuas. La diosa Kali lleva una guirnalda de cabezas de demonios cortadas alrededor de su cuello.



Como estas cabezas, que casi parecen dulces



Pero antes de Kali Puja viene Lakhsmi Puja, y hay muchas formas de representar a la misma diosa.



Aunque esta es la más normal



Dos hombres visten de sari a alguna diosa que no es Lakhsmi ni Kali, para otra puja desconocida para mí


Otra escultura de una diosa desconocida para mí..



Esta diosa tan bonita es en realidad, Kali, pero en versión angelical. Reconocible por la guirnalda de cabezas cortadas.



También hay estatuas de demonios y fantasmas, que son los enemigos que Kali mata. Pero este es tan mono que me entran ganas de llevarmelo a casa, no de matarlo...



O este otro, no en Kumartuli, sino hecho al lado del Ganges, cerca de Nimtala Ghat, junto a cuatro hermanitos más.

Mi segunda Durga Puja

Antes de seguir con las aventuras de mi viaje, voy a hacer un pequeño descanso de la lectura de mis largas entradas con unas fotos de mi segunda fiesta de Durga Puja, la fiesta religiosa más importante en Bengala Occidental. Durante cuatro días la ciudad se viste de luces y los habitantes se visten con ropa nueva, colorida, brillante y elegante, para disfrutar, pasear y charlar con amigos y familiares durante las 24 horas del día.

Este año fui con dos amigos, primero al sur, y luego al norte, para ver los pandals, las estructuras que guardan las estatuas de la diosa Durga. Las montan siempre en los mismos lugares cada año, para desmontarlas al final del festival. Algunos pandals son tan bonitos que da pena saber que los van a desmontar...¡con el trabajo que llevan!









viernes, octubre 26, 2012

Caos en Chitrakut

En este viaje no teníamos planeado nada más que Varanasi, por lo que ponernos de acuerdo para qué hacer después, fue un infierno. No había forma posible de aunar las dos rutas que cada una queríamos hacer: yo quería ir al norte y al oeste, y Charline al sur. Al final, para evitar problemas más graves, cedí y reservamos un tren al sur, a Khajuraho, que está realmente en Madhya Pradesh, otro estado. Pero no había buenas conexiones, y no queríamos perder más tiempo en Varanasi, de la que ya estábamos hartas. Entre Varanasi y Khajuraho hay un pueblo practicamente desconocido, en la frontera de Uttar Pradesh y Madhya Pradesh. Tan en la frontera, que una orilla del pueblo está en un estado, y la otra orilla, en el otro. En mi guía apenas decían unas líneas sobre el pueblo. En la de Charline, nada de nada. Prometía ser algo diferente, y además la conexiones de trenes a través de este pueblo nos venía de perlas para huir de Varanasi e ir a Khajuraho. Así que allá fuimos.

Os diré que de Chitrakut, además de lo de que está en la frontera y que es poco turístico, sólo sabía que es una "mini Varanasi", y que en los alrededores fue donde el legendario héroe hindú, Rama, pasó sus 11 años y pico de exilio, como se cuenta en el Ramayana. Uttar Pradesh está lleno de lugares históricos, siendo el lugar de nacimiento de Rama, de Krishna, y donde Buddha pasó gran parte de su vida, incluso murió allí. Ya que no podía ir al lugar donde Buddha murió (Kushinagar), porque está demasiado al norte, ni al de Krishna (Mathura y Vrindavan), porque están demasiado al oeste, al menos un lugar de leyenda, Chitrakut, si estaba en el camino. Esas eran mis cuatro razones para ir.

Nos subimos en un tren que llegaría al pueblo a eso de la 1 de la madrugada. Reservamos por teléfono una habitación en el hostal que mencionaba mi guía (no había más que media página al respecto del lugar, y tan solo dos hostales recomendados), pedimos un pick-up service a la estación, y nos olvidamos del tema. En el tren, de nuevo en Sleeper Class, al principio no había mucha gente. Pero poco a poco vimos con una mezcla de sorpresa y horror como la gente se agolpaba contra las puertas de los vagones en cada estación, intentando entrar, sin billete ni nada. La policía andaba de un lado para otro de los vagones, cerrando las puertas para que no entraran. Los más desesperados se estaban subiendo al techo, algo que sólo había visto en una película. 

A mi lado, un hombre no paraba de mirarme y de intentar que le diera mi teléfono, a pesar de que le estaba ignorando ostensiblemente. Charline estaba durmiéndose, y yo intentaba resistirme al sueño, para no perder la estación. No teníamos ni idea de dónde estábamos, sólo sabíamos que íbamos con retraso. A cada estación intentaba divisar el letrero con el nombre a través de la ventana, sin resultados. Cuando por fin nos tocó bajar, nos enteramos gracias al pelma que no dejaba de mirarme, al que le había dicho que íbamos a Chitrakut. Si no me llega a avisar él, pierdo la estación; sin duda, hay que mirar el lado positivo de las cosas. Al intentar salir, la avalancha de gente fue aún peor: al abrir la puerta, la muchedumbre nos impedía bajar, y temíamos que el tren se pusiera de nuevo en movimiento con nosotras todavía dentro, pues el tren apenas pararía unos 5 minutos. Lo conseguimos, no sé cómo todavía, pero al mirar atrás vimos que la gente seguía intentando entrar, o subirse al techo, aunque el tren empezaba a ponerse en movimiento para abandonar la estación. Aún así, no estábamos del todo seguras de que esa fuera nuestra estación. Le preguntamos a un policía que se había bajado del tren, y no fue capaz de decirnos si esa era nuestra estación, a pesar de que le enseñé el billete. Al final el tren se fue y nosotras nos quedamos allí, sin saber si era la estación correcta o no...

La estación era también terrorífica. He visto muchas estaciones de trenes, y sé que hay mucha gente que duerme en el suelo en las estaciones, unos porque no tienen otro sitio a dónde ir, y otros porque vienen de lejos y prefieren esperar allí que perder el tren por no encontrar transporte para llegar a la estación a tiempo. Así que estoy acostumbrada a ver a mucha gente dormir en las estaciones. Pero en esta, es que no se podía andar. Cada pedazo de suelo estaba cubierto por alguna manta o plástico con una persona o tres durmiendo encima. Olía fatal, a sudor y a basura, y las moscas y las cucarachas volaban por todas partes. Había una tienducha abierta, y poco más. No se veía a nadie que hubiera venido a buscarnos tampoco, a diferencia de en Varanasi, a pesar de que habíamos dado toda la información del horario y del vagón del tren. Llamamos al tipo que se suponía que nos venía a buscar, Raja, y nos dijo que estaba fuera y que ahora llegaba. Después de cinco minutos de pánico en la estación, llego este hombre con una toalla roja alrededor del cuello, con una barba de varios días. Nos llevó sorteando a los durmientes, hasta fuera de la estación, un lugar sucio, más que sucio un auténtico basurero. No había nadie (en realidad llegamos como a las 2 de la mañana), apenas unos conductores de un autorickshaw (aquí también llamado tuk tuk) en el que cabían seis personas. Raja habló con uno y nos metimos dentro. Resultaba que la estación estaba en un lugar llamado Chitkut, un pueblucho lleno de monos, con un basurero alrededor de la estación, mientras que Chitrakut estaba a unos 10 kilómetros del lugar. Por eso la confusión en la estación, ya que no se llamaba como esperábamos y el policía no reconoció el código de la estación (CTKD).

Más tranquilas, y un poco muertas de frío porque era muy de noche y estábamos subiendo y subiendo, mientras la temperatura bajaba y bajaba, por fin llegamos a Chitrakut. Llegamos directamente a Ram Ghat, que es como el centro del pueblo y donde está el hostal. Es un pequeño ghat como los de Varanasi o Calcuta, quizá más largo, que lleva el nombre del héroe Rama porque se supone que allí se bañó con su mujer Sita. Eran las 3 de la mañana cuando llegamos. Aunque la ciudad estaba toda cerrada, en el ghat había mucha gente despierta, sobre todo grupos de mujeres. No eran mendigos. Estaban allí por alguna razón, pero no sabíamos cuál, todavía. 

Para llegar al hostal teníamos que subir unas empinadas escaleras que terminaban en una fortaleza de estilo musulmán con una puerta preciosa. El hostal en sí estaba ruinoso y daba un poco de miedo, así por la noche. Raja despertó al cuidador, un hombre joven, delgaducho y con la mirada perdida, no sabemos si por el sueño o por algo más, porque durante toda nuestra estancia, tenía la misma mirada, fuera la hora que fuera. Nos llevó a una habitación cualquiera de las muchas que había en el hostal: era enorme, y no había nadie. Éramos las únicas clientes. La habitación era un cuadrado despintado, con un ventilador, una cama demasiado pequeña para el colchón que tenía (que sobresalía por los pies, con lo cual si te despistabas, te ibas a caer al suelo). Aquella habitación no la habían limpiado en años. El cuidador, apremiado por Charline, cambió las sábanas, retiró una especie de futón que estaba en el suelo (en India también se duerme en el suelo como en Japón), trajo una escoba y barrió la habitación. Le pedimos agua, pero en este pueblo no había agua filtrada y solo había "desi pani", literalmente agua del país, que no nos atrevimos a beber a pesar de estar sedientas. Al final, mientras deshacíamos el equipaje, el cuidador nos observaba en silencio desde el marco de la puerta. Charline me preguntaba por qué, y entonces caí en la cuenta: le tendí un billete de diez rupias y se fue tan contento, dejándonos dormir por fin.

Sin embargo, la verdad es que no dormimos. Eran las 3.30 de la madrugada. Salimos a la terraza, que era enorme, y que hacía de aquel cutre hostalucho un lugar maravilloso. Se veían las estrellas claramente, y desde arriba se apreciaba el ghat, el río, la gente...la gente que empezaba a bañarse en el río. Por eso estaban allí los grupos de mujeres: para bañarse en río y cambiarse el sari sin que nadie las viera. Las mujeres se ponían el sari también de otra manera, y ninguna tenía la cabeza sin cubrir. Algunas no llevaban enagua debajo, otras sí. A eso de las cuatro, cuando empezaron a poner la música religiosa desde el templo en el ghat, y cuando la gente empezaba a llegar de sus casas a bañarse y recoger agua del río, bajamos al pueblo a ver si encontrábamos por casualidad alguna tienda abierta en la que vendieran agua mineral. Pero no tuvimos suerte: sólo encontramos a un hombre que ya a esas horas vendía té. Le pedimos un par de tacitas, pero en lugar de tazas nos dio vasitos de plástico, y nos cobró 5 rupias, carísimo. Eso sí, el té tenía un maravilloso sabor a cardamomo.

Tras la infuctuosa búsqueda de agua, volvimos a dormir un poco a la habitación, para poder recuperar energía para el día siguiente, y explorar este pueblo de Chitrakut.


La puerta de la fortaleza en lo alto de Chitrakut.


El pasillo de entrada a nuestro hostal. Con la luz del día no se ve ni tan mal.

Con V de vaca o con B de basura: ¿Varanasi o Benarés? (Tercera parte)

Tres días y medio en Varanasi han dado para tanto, que se me hace difícil seleccionar qué vale la pena contar y qué no, para no aburrir, en el blog. He hablado ya de los gali, del caos, del tráfico, de la policía, de los ghats, de la muerte....

Me queda hablar de la comida.

He mencionado que por Varanasi los puestos de samosas surgen de cada esquina como si fueran setas en otoño. Hay demasiados para contarlos. No sólo venden samosas, sino también kachouri, bread vada, jalebi, etc. La típica comida frita de carretera. No podíamos marcharnos sin aventurarnos a probar alguna de estas delicias, así que buscamos un lugar donde estuvieran friendo las samosas y allí esperamos a que nos sirvieran unas bien calentitas con el chutney de acompañamiento. No estaban mal, pero tampoco fueron alucinantes. En Calcuta las he probado mejores.

Sin embargo, hay una cosa que si es mejor en Varanasi que en Calcuta: el lassi. 


Servido en bhar (tazas de barro) como el té, aromatizado con especias y pistacho, el lassi de Varanasi tiene la consistencia y la dulzura perfecta. Perdiéndonos en unos gali después de observar el comienzo de una representación de la Ramlila en un lago sucísimo escondido en medio de la ciudad, dimos con una tienda de lassi que tenía esas preciosidades que veis en la foto expuestas, mientras el dueño, un joven vestido de blanco como todos los hombres de Varanasi (quizá para contrastar con el colorido de las mujeres), batía más yogur con azúcar en un jarrón metálico. Pedimos un lassi para cada una y nos sentamos en la parte de atrás de la tienda. Hombres iban y venían: un cuarentón hombre de negocios, otro que parecía un vendedor ambulante, un musulmán con su barba bien recortada. Todos igualmente amantes del lassi. Incluso nosotras volvimos al día siguiente, antes de abandonar Varanasi.

Esta ciudad tiene fama por los productos lácteos, como el yogur claro, pero también los dulces. Pensé que si la leche de la ciudad era tan famosa, entonces el helado indio, el kulfi, hecho básicamente de leche espesada, aromatizada y helada, debería estar buenísimo. Los tres días y medio que pasé en Varanasi, busqué desesperadamente por cada puesto, por cada tienda, algún letrero que dijera "kulfi", ya fuea en inglés o en hindi (idioma en el que he recuperado un poco de fluidez después de este viaje, ya que en Uttar Pradesh no hablan bengalí). Pero nada. Fue misión imposible. Sin embargo, recomiendo encarecidamente a cualquiera que visite Varanasi, que busque kulfi, lo pruebe, y luego me cuente qué tal está.

La otra gran sensación culinaria de Varanasi fue una pizzeria en Assi Ghat, un lugar que no tiene nada de especial si no fuera por este restaurante y su tarta de manzana. La comida está rica, la pizza es barata (120-150 rupias por una buena pizza hecha en horno de piedra, mientras que en Calcuta una pizza decente cuesta como mínimo 300 rupias). Pero lo mejor, sin duda, es el pastel de manzana con helado de vainilla, un helado cremoso, estilo italiano, que combina a la perfección con el calorcito crujiente y húmedo de la tarta y la manzana. Nada que envidiarle a un apfel strudel o a la "empanada de manzana" de mi resturante favorito de Galicia, el Crisol.



De la cocina de esta ciudad, el plato más conocido es este, el Benarasi Alu Dum, una mezcla de patatas con especias y salsas, para comer con roti.


No tengo foto de la pizza, pero sí de la comida india: un delicioso hariyali dal (lentejas amarillas con muchas verduras) y tandoori roti.


¿No os morís de ganas de probarlo?

Sin embargo, la mejor experiencia de comida en Varanasi no fue esta pizzeria en el Ghat, mirando el Ganges. Podría haber sido bonito, pero para qué voy a engañaros: no lo es, no lo es en absoluto. Varanasi no tiene nada bonito desde los ghats. Ver la ciudad desde una barca al amanecer es una experiencia distinta, interesante, por lo abigarrado y bizarro de la "skyline" de la ciudad. Pero desde la ciudad, observar el río marrón, la tierra sucia, el cielo gris, los barcos viejos, y la nada al otro lado del río, no tiene nada de bonito.

No, la mejor experiencia culinaria fue en nuestra propio hostal. Compramos comida en un restaurante fuera (con el mejor palak paneer que he probado en mi vida), unas cervezas, y tras pedir unos platos a la esposa del dueño del hostal, nos instalamos arriba, donde había una terracita con una mesa de plástico. Allí, observando las estrellas en el cielo, comiendo con la mano, bebiendo cerveza fresquita, y escuchando de fondo una música que repetía continuamente el "om" durante al menos media hora, se experimentaba un Varanasi distinto. Cada pequeño detalle nos intoxicaba, desde el color de las paredes hasta cuando se fue la luz y nos quedamos en la oscuridad completa, acompañadas solamente del "om" y de un cielo que no puede verse en Calcuta. Las estrellas parecían moverse y bailar para nosotras. 

A la vuelta a Calcuta, mis amigos me han preguntado si me ha gustado Varanasi. Yo tenía muy claro que no, no me ha gustado nada. Lo sigo teniendo claro. Pero ahora, después de pararme a pensar para escribir en el blog, me doy cuenta de que aunque no me haya gustado, me ha dado un montón de instantes intensos que no voy a olvidar. Quizá esa la magia de Varanasi, más allá de las bostas de vacas, de la peste de la basura, de la jungla de las calles o del negocio de la muerte.

jueves, octubre 25, 2012

Con V de vaca o con B de Basura: ¿Varanasi o Benarés? (Segunda Parte)

Si tuviera que contar punto por punto todo lo que hicimos, vimos y experimentamos en Varanasi, en lugar de un blog, acabaría por escribir un pequeño libro. Conocer todos los pormenores también se hace a veces aburrido, así que voy a cambiar un poco la manera de contar la historia, y voy a centrarme en las impresiones en lugar de guiarme por el orden cronológico. Lo cual tiene sentido en Varanasi, por que aquí, si te paras a mirar el río en un ghat, el tiempo se para contigo.

En la primera parte de la historia del viaje, he comentado algo sobre lo laberíntico de los gali de la ciudad. Pero además tienen otras cualidades, algunas de las cuales me imagino que podréis adivinar. Sí, están repletos de gente, de hombres y mujeres, de devotos y de comerciantes, de timadores que intentan vender cualquier baratija a los turistas por un precio exhorbitante, de monos, de vacas y de sus cagadas, de bolsas de basura que caen desde las ventanas a la calle, de flores que se pudren, de templos escondidos y de santuarios de shiva lingam (ver el post de Kamakhya en Assam) en lugares donde uno esperaría ver alcantarillas. Y de policías. Cientos, miles de policías guardan la parte vieja de la ciudad, sobre todo en la entrada de los templos. Ordenan las colas de fieles y dejan paso a los paseantes, vigilan que nadie entre con nada más que sus ofrendas a los dioses, toman Benarasi pan y charlan tomando té mientras sus fusiles descansan contra la pared. Porque todos, en sus uniformes color beige, llevan un largo y negro fusil a la espalda. Una visión bastante aterradora, más aún delante de los templos.

Sí, los policías eran bastante aterradores en Varanasi. Todos altos y morenos, con sus frondosos bigotes y barrigas, el arma a la espalda, tomando dinero abiertamente en la calle. Cada vez que íbamos a una tienda de té en la que había policías, el té era más caro (5 rupias en lugar de 4), obviamente una pequeña comisión para el policía de turno.

El té de Varanasi también es otra experiencia. Aromatizado fuertemente con cardamomo en lugar de con jengibre como en la mayoría de las tiendecitas de Calcuta, un amanecer que fuimos a los ghats (levantándonos a las 4.30 de la madrugada, a pesar del cansancio), bebimos como desayuno un delicioso té con hojas de tulsi, una planta sagrada. Té sagrado: eso solo podía pasarnos en Varanasi. Ese amanecer que salimos para ver a la gente bañarse en el Ganges (aunque eso lo hacen a todas horas, y también se hace en Calcuta y en todos los puntos por donde pasa un río), fue la mejor experiencia de Varanasi. La única por la que vale la pena ir. Por lo demás, Varanasi es un lugar al que no Volver.

Aunque cuando salimos estaba todo oscuro y no acertamos a encontrar el ghat que queríamos encontrar, sino otro, la visión fue igualmente impactante. Mientras el resto de la ciudad estaba silenciosa, tranquila, en los ghat la gente se acumulaba entre las barcas que todavía no habían salido para ofrecer paseos por el Ganges, intentando bañarse todos a la vez, cambiándose de ropa, recogiendo agua del Ganges. Sadhus de verdad o de mentira, sentados en las escaleras, ofrecían y vendían sus palabras y objetos religiosos. Mendigos se ponían en fila en las escaleras de los ghat, llamándote "ma" o  "didi" (madre, hermana), pidiendo comida y limosna. Había muchas mujeres mayores entre los mendigos, algo que me sorprendió bastante. 


Las barcas esperando al amanecer y a los primeros clientes.


El Ghat lleno de gente decidida a encontrar un pedazo de agua para bañarse.

Tras ser acorraladas por varios jovénes agentes de barcas, elegimos a Sunil, con el que conseguimos negociar el mejor precio por una hora de paseo en barco: 50 rupias por persona, y solo para nosotras. Nuestro barquero, Monu, era un chavalillo de apenas 20 años que había empezado a remar a los 14. Estaba muy delgado, pero tenía fuerza suficiente para remar en línea recta. Charline y yo intentamos remar y si lo hacíamos las dos a la vez, aún conseguíamos mover el barco; individualmente, era imposible. Monu nos llevó hasta los ghats del sur, mientras el sol surgía del este, la otra orilla el Ganges. Nos contó cosas de los ghats, de la gente, de los sadhus, que ahora eran casi todos falsos y solo se vestían de azafrán para vivir de la caridad y cobrar a la gente por sus palabras. Nos contó también el negocio de los barcos, en los que había miles de chicos jóvenes metidos, y cómo ese no era el único negocio que tenían los agentes que arreglaban los paseos desde los ghats. Ellos también se dedicaban a otro tipo de contrabando que estaba convirtiéndose en un plaga en la ciudad: las drogas. Él mismo estaba tentado a empezar a hacer lo mismo, porque en ese negocio había dinero y tenía la presión de sus amigos, pero todavía se resistía porque no quería meterse en semejante asunto, ni quería decepcionar a sus padres. 


Vista desde la barca.


Edificios, escaleras, mucha gente y muchos barcos. Y el Ganga-ji. Esto es un ghat.


Bajo las sombrillas, se venden utensilios y productos para los rituales.


Con el filtro "retro" de mi cámara, parece una foto de los 60. Pero tengo que confesar que muchas de las demás están hechas con un filtro para resaltar el color. Porque no os podéis imaginar la nube de contaminación que grisea (si grisear fuera un verbo) el ambiente.


Bañarse es más importante que el pudor. Viva la naturalidad.


Un sadhu preocupado por las noticias del mundo.


Charline y yo intentando remar. Los remos, como podéis apreciar en la foto, son unas varas de bambú en cuyos extremos han clavado una placa de madera. 

 Después, poco a poco y más fácilmente, fuimos volviendo al norte siguiendo la corriente del río, hacia Manikarnika Ghat. Este es el ghat más famoso de todo Varanasi, ese lugar donde se queman los cadáveres al aire libre, siguiendo los rituales más tradicionales del hinduismo. Aquí, a diferencia de en Calcuta, la tecnología de los crematorios eléctricos no ha conseguido desbancar a la madera. Quizá el negocio de la madera sea demasiado importante también, al igual que el trabajo de la familia de sudras que se encarga desde tiempo inmemoriales a mantener una hoguera encendida, de manera que todos los cuerpos son quemados con la misma llama. La madera se acumula en las escaleras de ghat, dentro de templos medio abandonados, y en barcos en el Ganges, tan pesados que están a punto de hundirse. La madera tiene precios diferentes, según la calidad, siendo la más cara la de sándalo, por su buen olor. Al amanecer todavía no habían empezado la jornada de cremaciones, pero se veían los restos del día anterior, las cenizas y las brillantes telas coloridas que envuelven al muerto antes de ponerlo entre la madera.


Varanasi desdel río


Manikarnika Ghat. Hay varias leyendas sobre su fundación y su nombre, pero en general todas incluyen la caída de un pendiente de Shiva o de su mujer Sati (la misma que murió y fue despedazada, y repartida por toda India, como en Kalighat o Kamakhya) en este lugar.


Apenas hay sitio para tanta madera.

Y aquí abajo, tres experimentos con mi cámara de fotos. El mismo Manikarnika Ghat (la parte derecha), con tres filtros diferentes:




¿A qué parecen de otra época? El tiempo se para en Varanasi, si te concentras, si te calmas. Sobre todo en Manikarnika Ghat.

A este ghat volvimos una tarde, pero a pie. Estaba muy cerca de nuestro hostal, pero encontrarlo en el laberinto de gali era una difícil tarea. Aunque estábamos cerca, no conseguíamos llegar, hasta que tras preguntar a cuatro o cinco personas, dimos con el sitio correcto.

Este lugar puede que sea el más extraño que he visto nunca. La atmósfera es extraña, entre agobiante y calmada. Si bien en Japón había calma en todos los templos, shinto o budistas, aunque en Japón alcanzara a tener un vistazo algún ritual funerario budista, aquellas sensaciones eran muy distintas de las que experimenté en este ghat. En los templos hindúes no hay ningún tipo de tranquilidad; sin embargo, en Manikarnika Ghat, la tranquilidad existe, pero con un toque terrorífico. Nunca he visto la muerte tan cerca. He estado en funerales cristianos, pero allí no había atmósfera de muerte. En un tanatorio con luz fluorescente, blanco, limpio, con gente yendo y viniendo hablando de su vida, no hay atmósfera de nada. Aquí no hay palabras, no hay flores de colores: hay telas brillantes que se queman con el cuerpo envuelto en una tela blanca, hay madera negra, cenizas, brasas, fuego rojo como único símbolo de vida, y el río que se traga las cenizas después de la cremación. Detrás del ghat hay un templo semiderruido cuya fachada está tan negra que parece una verdadera casa de la muerte. Las mujeres no pueden bajar al ghat (las turistas si), para evitar que ellas, familiares de los muertos, se pongan a llorar o a gritar desconsoladas y rompan la atmósfera de paz y de concentración que hay en el ghat. Los hombres, sentados de cuclillas en las escaleras, vestidos de blanco, la mayoría con un turbante blanco también, o una gamcha (una especie de toalla con diseños de colores) enrollada a la cabeza, observa con esos ojos negros intensos que tienen los indios, observan todo y nada a la vez. Quizá estén viendo a la muerte, quizá estén viendo al muerto en sus recuerdos, quizá me estén mirando a mí, preguntándose qué se les habrá perdido a los turistas en un lugar como este, en el que no pintamos nada. Los sacerdotes brahmin bajan a hablar con los familiares, revolotean de aquí allá en el ghat, mientras los sudras hacen el trabajo duro, controlando el fuego, quemando todo en su debido momento, revolviendo las cenizas. Los hijos primogénitos, vestidos con dhoti, hacen los rituales alrededor de la pira funeraria. Algunos tienen el pelo todavía largo: luego se lo raparán excepto por un pequeño mechón de pelo en la coronilla. Otros ya lo han hecho. Un chaval joven con el pelo ya cortado y el torso desnudo, no aguantó hacer todos los rituales para el que debía ser su padre, y a los cinco minutos, desapareció, dejando a los sudras hacer el resto del trabajo. Cuando llegamos había una sola hoguera, y para cuando decidimos marcharnos, ya habían empezado otras cuatro y estaban a medio quemar. No sabemos cuánto tiempo pasamos allí, observando en silencio. El tiempo se había parado para nosotras, como se para para los muertos.

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