lunes, noviembre 18, 2013

Festival de Cine de Calcuta

Ayer domingo fue el último día del festival de cine de Calcuta, que duró unos ocho días (el eslógan era, al más puro estilo indio, "Eight days / movie craze", que rima en inglés). Sólo pude ir a ver películas durante el fin de semana, así que me perdí muchas, y además, ni siquiera tenía pase, y me tuve que colar, aunque nadie me preguntó nunca ni a mí ni a los demás por el pase.

Fui a ver tres películas, dos europeas (una belga y una italiana), de las que sólo puedo decir que me gustó la música, y una india, de Kerala para más señas. El director de esta última, Adoor Gopalakrishnan, era una de las figuras destacadas del festival, al que le dedicaron la sección de Retrospectiva.

Mis amigos ya habían ido a ver una de sus películas, Kathapurusam, y como les gustó tanto, yo me apunté a la siguiente: Nizhalkkuthu, que traducen al inglés como Shadow Kill, y al francés como Le Serviteur de Kali, aunque yo creo que el título inglés se corresponde mucho mejor con la película. Lo del "servidor de Kali" es muy genérico, porque hay miles de ellos, y aunque le da un oscuro toque exótico a la película para su distribución en Francia, "muerte sombría" tiene realmente un sentido específico dentro de la película.


¿La trama? Años antes de la independencia de India, en el sur todavía existía un estado independiente, gobernado por un maharajá: el estado de Travancore. En este estado convivían las tradiciones más antiguas con un gobierno de corte más moderno, en el que hay tribunales, cárceles y verdugos. El protagonista de la historia es el verdugo de Travancore, un hombre mayor cuya familia ha desempeñado el cargo por generaciones, ya que éste pasa de padres a hijos. Por matar a gente, están "malditos", puesto que han cometido un pecado que deben expiar, pero al mismo tiempo son bendecidos por la diosa Madre (Kali-Durga y todas sus demás expresiones) con misteriosos poderes curativos. Además, el maharajá les otorga privilegios especiales: una casa, un terreno por el que no pagan impuestos, y dinero, además de dinero extra por cada ejecución.

Pero nuestro protagonista, Kaliyappan, es un hombre torturado por la culpa. Cree, aunque sin pruebas, que la última persona que ejecutó era inocente, y ese pensamiento no le deja vivir. Se ahoga en alcohol y en rezos y penitencias a la Diosa Madre, pero nada le calma: se pasa los días rezando y emborrachándose. Su esposa intenta cuidarle, pero en el pueblo casi todos se ríen de él en ese estado y muchos han dejado de creer en sus poderes mágicos. Además, su hija pequeña, que acaba de tener la regla, se ha convertido en un nuevo dolor de  cabeza, al tener que empezar a pensar en casarla y pagar una dote con un dinero que no tienen, y por si fuera poco, su único hijo le rechaza, tanto por su alcoholismo como por ser el verdugo del país: ha adoptado las ideas de Gandhi, se ha hecho vegetariano, incluso se ha comprado una rueca para hilar algodón, y sólo viste khadi blanco. Hasta llega a hablar en contra de las ejecuciones en el pueblo, abiertamente criticando a su propio padre. Kaliyappan no puede soportar esa traición, pero no tiene mucho tiempo de sufrir por ello: al día siguiente llega un emisario del maharajá anunciándole que, por fin después de mucho tiempo, hay una nueva ejecución de la que debe hacerse cargo. Es un auténtico revuelo en el pueblo que, pensando que esto es una señal de la diosa de que devuelve sus poderes mágicos al verdugo, hace cola a la puerta de su casa para recibir las cenizas sagradas, los restos quemados de la cuerda con la que ha colgado a su último condenado.

El protagonista empieza a hacer más y más penitencias, abluciones y rezos, pero no puede dejar el alcohol, ya que la idea de tener que volver a matar le mortifica. Intenta librarse de la obligación, pero el emisario no acepta ninguna de sus razones - la edad, que se encuentra enfermo, etc.- y le dice que si necesita ayuda, que se lleve a su hijo con él para cuidarle. Y eso hace.


Padre e hijo en la casa.

Kaliyappan y su hijo, el revolucionario independentista, hacen noche en la cárcel de la capital, donde deben esperar en vela para, al día siguiente al amanecer, colgar al condenado. Pero Kaliyappan, borracho como una cuba, es incapaz de mantenerse despierto. Si se durmiera, no podría realizar la ejecución - ya que la tradición ordena que, como el condenado no dormirá en toda la noche pensando en la muerte que le espera, el verdugo tampoco debe dormir - así que los soldados de guardia intentan contarle historias que le mantengan despierto, pero todas le aburren, excepto una: la historia de un amor que florece entre una niña de 13 años y joven flautista vagabundo, y la historia de cómo ella es brutalmente violada y asesinada, de cómo el verdadero culpable escapa a la ley y de cómo el jovencito es condenado injustamente por un crimen que no ha cometido. 

Gopalakrishnan cuenta el colapso nervioso de Kaliyappan de una manera estupenda: no escuchamos la historia de los jóvenes enamorados en el hermoso valle de Kerala, sino que la vemos a través de los ojos del verdugo, que imagina a su hija - que también tiene 13 años - en el papel de la chica, así como al resto de los personas les pone caras familiares. Esto le perturba enormemente, y en alguna ocasión, interrumpe la historia con gritos de dolor, pero quiere escuchar el final de la historia. Los soldados, asustados, le preguntan si es que conoce a alguien parecido, y el hombre les contesta que sí, que claro, su familia. Pero no es su familia, es una historia real, que ha salido en los periódicos: los soldados se ríen del pobre Kaliyappan, que no estaba enterado de nada, que no sabía que el chico que va a colgar en unas horas es precisamente ese joven músico inocente.

Entonces, el padre tiene un colapso real y se niega en rotundo a realizar la ejecución. Pero el condenado no puede quedar sin colgar, porque sería un deshonor para los soldados y para el director de la cárcel, así que ordenan al hijo de Kaliyappan que ocupe el puesto de su padre, como le corresponde según la tradición, y que él cuelgue al inocente.

¿Lo hará?


lunes, noviembre 11, 2013

Cine mudo indio

Hoy he ido a una interesante exposición sobre el cine mudo indio más allá del estereotipo de que todas las películas indias de esta era trataban temas mitológicos, como en Raja Harishchandra, que es de las más conocidas porque es el primer largometraje indio.

En una casa reconvertida en galería de arte, cinco habitaciones contenían la exposición, que la verdad, se quedaba un poco corta para un tema que, estoy segura, da para mucho. Claro que Calcuta no es Mumbai, y la mayoría de los archivos, si es que se conservan, deben estar allí, que fue donde realmente el cine tuvo arraigo, a pesar de que los primeros cortometrajes, e incluso el primer director de cine, fueran bengalíes.

La primera sala mostraba imágenes y un extraño vídeo, como de negativo, una película mitológica, que servía a contrapunto a las demás. El visitante entra en lo conocido para poco a poco ir enfrentándose a todo lo que no sabía del cine mudo indio: las revistas de los fans, con imágenes que enseñan "cómo actuar" para diferentes emociones, poemas sobre artistas de cine o cuentos cortos, un documental inglés sobre la industria del yute en Calcuta (proyectado sobre unas fibras de yute, un concepto muy interesante que sin embargo, no te dejaba ver bien el documental, puesto que no era un pantalla ni plana ni blanca), fotogramas de una película corta bengalí, y el tráiler de una película de acción de los héroes de moda en Mumbai (entonces, Bombay): Sulochana y D. Billimoria, junto a fotos de éstos y artículos de revistas sobre ellos.


Las superestrellas del momento: D. Billimoria y Ruby Myers, conocida como Sulochana


Sulochana se hizo tan famosa que llegó a protagonizar una película con su propio nombre, aunque no fuera autobiográfica.

Esta chica, Ruby Myers, era descendiente de judíos, nacida en Pune, Maharastra, donde trabajaba de teleoperadora hasta que un cazatalentos la descubrió. Se convirtió en la gran estrella del cine mudo, y la emparejaron con el actor de moda, con el que por supuesto tuvo una relación amorosa (porque sino, dudo mucho que hubieran permitido que actuaran juntos en las escenas de amor. Ya debió ser difícil, sin que estuvieran casados). Pero cuando empezó el cine sonoro, tuvo que abandonar las pantallas por un tiempo para aprender hindi correctamente, y poder así actuar en ellas. Sin embargo, aunque cuando volvió rehízo sus propias películas en hindi (por ejemplo, Wildcat of Bombay se convirtió en Bombay ki billi que significa exactamente lo mismo), ya nada volvió a ser lo mismo, y no duró mucho más. Por cierto que esta película debió de ser curiosísima, porque en ella tiene ocho papeles diferentes. Ojalá la encontrara por alguna parte para verla.

Os dejo con la película corta bengalí de la exposición, Jamai Babu, que he encontrado en Youtube. La película trata de un chico pueblerino de clase media que llega a Calcuta a ver a la familia de su esposa (aunque no entiendo muy bien por qué no viven juntos), que es incapaz de andar por las calles de una Calcuta, en los años 30, amplia, espaciosa, y sin tanta gente como ahora, al que su torpeza le hace caer y tropezarse física y socialmente con todo y todos. El chico tiene ganas de pasar la noche con su mujer, y como una le sabe a poco, finge ponerse gravemente enfermo para quedarse otra más, pero no todo le sale como él desea...

A él no hay quien le aguante, pero ver esa Calcuta es algo maravilloso. ¡Qué avenidas! ¡Qué calma en la estación de Haorah, en Chowringee, en Rabindra Sarovar! Ya me gustaría a mí tener una máquina del tiempo.




https://www.youtube.com/watch?v=IdOUUp-toxQ

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